Esta película, independientemente de la trama, que a ratos es exageradamente dramática y emocional, tiene el gran mérito de crear una serie de paisajes fantásticos muy bellos y sublimes, que a las claras tienen su fundamento en los conocimientos artísticos del director Vincent Ward, que se conoce que también pinta.
El cielo privado del protagonista (Robin Williams) tiene un punto de contacto con los cuadros que su esposa (que luego se suicida) pinta, creando un efecto interesantísimo cuando Williams “entra” en la pintura y se mancha todo de óleo. Me recuerda a uno de los “sueños” de Kurosawa, en el que “entra” en un cuadro de girasoles de Van Gogh. Hasta es posible la influencia, ya que la película de Kurosawa es del año 90. Quien sabe.
La película ganó un Oscar por los efectos especiales, a pesar de lo cual es poco conocida. Es una muestra de la ilimitada capacidad del cine para crear paisajes inexistentes y el creciente papel de la tecnología digital en las realizaciones. En este sentido, un punto de referencia es “Mas allá de los sueños”, luego “Final Fantasy” (Hirobu Sakaguchi, 2001), un primer esfuerzo por hacer películas sobre la base de “crear” digitalmente personajes humanos de sorprendente calidad gráfica, y el apogeo, sin duda es “Avatar”.
Esa ilimitada capacidad de crear espacios fantásticos en el cine sobre la base de las tecnologías digitales se ha trasladado también a la arquitectura. Nunca antes hemos tenido herramientas tan potentes y complejas que han modificado definitivamente nuestra capacidad de percibir y crear el espacio. Es nuestro deber dominar esas tecnologías, y ponerlas al servicio de una arquitectura arraigada profundamente en nuestra realidad y que incorpore valores universales.
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